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El enigma de la consciencia

Prabhuji

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Hay algo que está antes de todo.

Antes de las palabras, antes de las formas, antes de los nombres.

Incluso antes de nuestras historias.

No llama la atención, no busca imponerse.

Hay algo que está

antes de todo.

Antes de las palabras,

antes de las formas,

antes de los nombres.

Incluso antes de nuestras historias.

No llama la atención,

no busca imponerse.

Y sin embargo,

sin eso, nada podría mostrarse.

No está escondido al final de un camino.

Ni encerrado en algún centro oculto.

Está ahí, siempre.

Solo que muchas veces

no lo vemos, no lo percibimos.

Es eso que sostiene lo que sentimos.

Lo que recordamos.

Lo que imaginamos.

Incluso

lo que nunca llegamos a decir.

No se puede tocar.

No tiene forma

ni color ni tamaño.

Aunque no se puede ubicar

en ningún lugar en particular,

todo aparece en su interior.

Y sin eso,

no podríamos

ver una imagen,

ni pensar un pensamiento,

ni tener una idea, ni sentir una emoción.

Todo lo que llamamos
experiencia ocurre ahí.

No es una consecuencia de lo vivido.

Está presente incluso

cuando no la notamos.

Cuando creemos

que somos solo pensamientos

que van y vienen,

o emociones que suben y bajan

ella está inalterada

entre todo lo cambiante.

A veces la sentimos

como un fondo que no se mueve,

estático,

aunque todo a su alrededor cambie.

Otras veces,

aparece de golpe,

sin aviso

en un momento de calma

lucidez o asombro.

No entra

dentro de las categorías del pensamiento

y escapa a las definiciones.

Sin embargo,

es más íntima que cualquier pensamiento.

Más cercana que cualquier percepción.

No se puede analizar

como se analiza un objeto.

Porque no está fuera.

Y no se puede explicar,

porque es eso

que permite que todo sea explicado.

Está antes de toda
pregunta y al mismo tiempo

es lo único que puede dar

sentido a cualquier respuesta.

Esta charla

es una invitación

a parar un momento,

sin definir

ni encerrar nada,

y mirar

con otra atención.

No en vano
se dice que el yoga es el arte de parar,

el arte de detener.

A volver a eso que que nunca se fue,

que nunca nos abandonó.

Porque muchas veces

lo más evidente

es también lo más olvidado, ¿no?

Y cuando volvemos a la esencia,

todo se aquieta

y se entiende

sin que sea necesario explicarlo.

Todos conocemos la consciencia

porque la vivimos a cada instante.

Es eso

que permite estar atentos

al mundo que nos rodea

y al mismo tiempo,

a nuestra vida interior.

Está siempre ahí,

acompañando los pensamientos,

sentimientos y percepciones.

Y aunque parezca tan evidente

sigue siendo uno de los grandes misterios.

No podemos medirla

ni ubicarla en un lugar concreto,

en un lugar determinado,
ya que carece de forma y límites.

Escapa a los métodos clásicos de análisis.

Aún así,

todo lo que vivimos

pasa por ella.

Sin consciencia

no habría percepción, ni memoria,

ni pensamiento, ni actividad mental
alguna.

Nada podría ser conocido,

y esto es una intuición nueva.

De hecho,

ha sido una idea central
en la fenomenología,

especialmente en el trabajo de Husserl,

de Edmund Husserl, que veía la consciencia

como la base que hace posible
toda relación

entre quien percibe y lo percibido,

entre el sujeto y el objeto.

La consciencia

tiene una particularidad puede observar

sin intervenir.

Puede recibir pensamientos,

emociones, sensaciones,

sin confundirse con esto.

Es como un espejo
que refleja sin alterarse.

Esto permite

que cada experiencia

tenga lugar

sin afectar la presencia que lo sostiene.

William James

hablaba de esto como un flujo continuo
que nunca se detiene

y nos acompaña silenciosamente

durante la vida.

A lo largo del tiempo,

distintas corrientes filosóficas

desde la antigüedad hasta hoy

han visto a la consciencia

como una especie de testigo.

Platón y Plotino, por ejemplo,

pensaban que había algo

estable, permanente, que no cambiaba,
como el mundo de los sentidos,

inmutable. Ese «algo»

era lo que hoy podríamos

seguir llamando consciencia.

Un fondo que no se agita

aunque todo a su alrededor lo haga.

La consciencia tiene otro aspecto

que no podemos dejar pasar.

Puede volverse sobre sí.

No necesita nada externo para reconocerse.

Puede saberse a
sí misma sin intermediarios.

La fenomenología contemporánea insiste

en que no podemos observar

la conciencia desde afuera,

porque es justamente lo que observa.

Michel Henri,

incluso decía que la consciencia

no se representa el mundo,

se experimenta directamente,
se siente a sí misma sin distancia.

Nos identificamos

con nuestra mente, pensamientos,

emociones, recuerdos y terminamos creyendo

que somos eso.

Pero,

si prestamos atención

podemos empezar a ver la diferencia.

La consciencia

sigue ahí, estable.

Aunque su contenido cambie.

Y cuando eso se ve con claridad,

algo cambia.

Y por último,

la consciencia no está dentro del tiempo,

aunque el tiempo forma
parte de nuestra experiencia.

Esa experiencia sólo tiene sentido
porque la consciencia lo hace posible.

Sin ella,

el tiempo sería solo una idea vacía.

Por eso algunos filósofos dicen
que la consciencia es el campo

en el que todo se despliega.

Integra el pasado,

el presente y el futuro

y le da sentido al tiempo.

Lo fascinante de la consciencia

es que no tiene límites.

No está en un lugar específico
como el cuerpo o el cerebro.

No está ubicada en el espacio,
pero hace posible

que lo percibamos.

Gracias a ella entendemos la distancia,

la orientación, el adentro y el afuera.

La consciencia lo sostiene todo.

Esta idea,

proveniente de la tradición judía clásica,

lo expresa con mucha claridad.

En un comentario midráshico al versículo

de Génesis Bereshit 28 11

se plantea una pregunta:

yyifgaˈ bammakom vrˈyt

caf het yud alef

rav huna’ beshem

rabbi ’amme ’amar mippene ma mekhannin 
shemo shel haḳḳadosh-bbarukhe-hu’

ve corim oto makom

zo ha sheila

shehu’ meḳomo shel ‘olam 

ṿe’en ‘olamo meḳomo

¿Que dice aquí?

En Génesis, 28:11: «Y él llegó al lugar»  

Rav Huna dice, en nombre de Rabí Ami: 

«¿Por qué sustituimos el nombre del Santo Bendito 
y lo llamamos “Lugar”?». 

Porque Él es el Lugar del mundo, 

aun así, Su mundo no es Su lugar. 

Su mundo no es su lugar.

¿Por qué a veces no se menciona directamente
el nombre divino

y se lo reemplaza
por «el lugar»?, 

dentro de la tradición hebrea,

«ha makom».

Cuando hablamos de «Mitzvot
ben adam la makom».

Para diferenciarlas a las «Mitzvot
ben adam le havero»

La respuesta es porque él
es el lugar del mundo.

Pero el mundo no es su lugar.

Esa frase que puede parecer abstracta,

encierra un mensaje profundo.

Lo esencial

no está dentro del mundo.

Sino que el mundo está contenido

en lo esencial, es decir,

lo trasciende

sin dejar de incluirlo.

Desde esta mirada

podríamos decir que la consciencia

no está encerrada dentro de nosotros,

más bien somos nosotros 
quienes existimos dentro de ella.

La consciencia no es una función biológica
ni una propiedad del cerebro,

es el punto de partida de toda experiencia

y al mismo tiempo

la organiza.

A diferencia de un objeto que necesita ser visto 
para tener sentido, la consciencia

no necesita ser observada desde fuera,

porque es la observación misma.

Y esta visión

no es exclusiva de una sola tradición.

Por ejemplo, en el Vedanta Advaita
se habla de «Atman»,

un principio eterno e inmutable

que sigue siendo el mismo más allá
de todos los cambios.

En ese contexto, la consciencia

no se ve como un yo individual,

sino como trascendental a la división

entre sujeto y objeto.

Nos recuerda

la filosofía de Plotino que pensaba
la consciencia como una realidad única

que se despliega en la multiplicidad
sin dejar de ser una.

Desde esta perspectiva

La consciencia hace posible

el mundo, lo sostiene,
lo atraviesa y lo desborda.

No está dentro de las cosas

ni al margen de ella.

Es el campo donde todo aparece

y también el fondo silencioso

que permite que cada cosa tenga sentido.

Cuando estudiamos objetos

solemos usar un método

que nos resulta bastante familiar.

Analizamos, separamos partes,

comparamos, clasificamos, es decir,

descomponemos para entender.

Esto nos funciona bien con las cosas.

Pero ese enfoque no sirve
con la consciencia.

La consciencia es indivisible.

Fragmentarla

es oponerse a su esencia,
la cual consiste justamente en su unidad

y continuidad.

No podemos pensarla

como una suma de funciones,

ni como un conjunto de piezas
que se ensamblan.

Su condición unitaria la define.

A diferencia de un objeto físico

donde las partes pueden separarse

sin destruir el objeto. En la consciencia

cualquier intento de dividirla

la despoja de su sentido.

Y lo más interesante

es que esta unidad no se rompe,

aunque los contenidos de la consciencia
cambien.

Los pensamientos aparecen y desaparecen,

vienen y van.

Las emociones suben y bajan.

Las sensaciones se suceden
unas tras otras,

pero la consciencia que los sostiene
sigue ahí, sin moverse.

Es un fondo silencioso, inmutable,

donde todo eso se despliega sin
que ese fondo

pierda su estabilidad.

Ahora bien,

esta estabilidad

no significa que sea rígida,

fija, ¿me entienden?, fija, fría o inmóvil.

Todo lo contrario,

es una apertura constante,

siempre dispuesta a acoger lo que aparece.

Pero no se deja moldear

por los pensamientos o las sensaciones.

Los aloja, los contiene,

pero sigue siendo ella misma.

¿Se entiende?

Entonces.

Si queremos comprender la consciencia,

necesitamos cambiar de enfoque.

No alcanza con los métodos

que usamos
para entender el mundo de los objetos.

Se trata de entender

a su presencia tal como se da.

Como el campo en el que todo aparece.

Es ahí

donde se cruzan

el conocer y lo conocido,
el pensar y lo pensado.

Esa unidad no es una construcción mental

ni una abstracción,

hace posible

toda experiencia y sin ella

ninguna experiencia podría ocurrir.

No se trata

de avanzar hacia una conclusión,

sino quizás de soltar un poco

esa necesidad de entender todo

con la mente, con la razón, con la lógica.

A veces

basta mirar desde otro ángulo

la consciencia

tal como la fuimos recorriendo
hasta ahora

no pide ser explicada
de manera definitiva.

Más bien se deja intuir

cuando dejamos de buscarla en el exterior.

Es una presencia

que no se impone ni se esfuerza

por mostrarse, pero está ahí siempre.

Hay un tipo de saber silencioso

que no necesita organizar lo vivido

ni convertirlo en conceptos.

Es un reconocimiento simple.

Todo lo que experimentamos reside

dentro de una presencia anterior previa,

que lo sostiene todo,

sin confundirse con nada.

Carece de nombre,

pero es más cercana que cualquier palabra.

Es una manera de estar,

de sentir, de ver, de ser.

Cuando dejamos de pensar la consciencia

como un misterio que tenemos que resolver,

y empezamos a habitarla

como el punto de partida de todo

cambia el lugar

desde donde vivimos.

Y cuando eso cambia, también

lo hace la relación que tenemos
con el mundo.

Lo que parecía separado

se empieza a sentir unido.

Los límites se abren,

los pensamientos siguen,

las emociones van y vienen,

las sensaciones aparecen y desaparecen,

pero ya no estamos perdidos
en medio de eso.

Permanece la estabilidad

de aquello que los sostiene.

Y al final

queda una consciencia abierta,

silenciosa, que no necesita probarse

ni justificarse.

Acompaña cada momento
con suavidad.

Y quizás

simplemente estuvo ahí desde siempre.

Esperando ser reconocida.