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El fondo del alma según Meister Eckhart: camino hacia lo eterno

Prabhuji

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Quiero hablarles sobre una figura que considero fascinante del pensamiento medieval.

Meister Eckhart.

Fue un teólogo, un filósofo y un fraile dominico.

Su obra nos invita a reflexionar.

Sobre el encuentro entre lo humano y lo divino.

Quiero hablarles

sobre una figura que considero

fascinante

del pensamiento medieval.

Meister Eckhart.

Fue un teólogo,

un filósofo y un fraile dominico.

Su obra

nos invita a reflexionar.

Sobre el encuentro

entre lo humano y lo divino.

Eckhart ofreció una visión que trasciende
las limitaciones

de la experiencia cotidiana.

Pensó

la relación con Dios

desde una perspectiva
realmente innovadora.

Este encuentro con lo divino

no puede explicarse en términos comunes.

Tampoco puede asimilarse

a las experiencias sensoriales

o intelectuales habituales.

Es una vivencia radical.

Que abre la puerta

a una realidad incognoscible.

En palabras de Eckhart,

esta experiencia implica

una transformación.

Es un momento extraordinario

que irrumpe la vida

y redefine la existencia.

El encuentro con lo divino

nos llena de confianza,

de serenidad

y entrega total.

Eckhart

afirma que este encuentro

supera los conceptos.

Sin embargo, logra describirlo

con una precisión sorprendente.

Habla de un reconocimiento
de lo trascendente,

que a la vez es íntimo y cercano.

Pero para entender mejor su pensamiento,

debemos ubicarnos en su contexto
histórico.

Nació hacia 1260

en Turingia, hoy en Alemania.

Perteneció a la Orden de Predicadores,

más conocida como dominicos.

Esta comunidad representó
un cambio significativo

en la vida religiosa del siglo 13.

No se limitaban a una vida encerrada
en monasterios.

Los frailes salían al mundo
para combinar la prédica

con la enseñanza
y la formación intelectual.

Eckhart se destacó en las tareas

administrativas de su orden.

Supervisaba comunidades dispersas
a lo largo de Alemania.

Imaginen la dificultad que implica
recorrer

grandes distancias a pie
durante implacables inviernos europeos.

Sobresalió también en el ámbito académico.

Enseñó en la Universidad de París

el principal centro intelectual
del mundo cristiano en su época.

Allí debatió, ni más ni menos,

con figuras como Alberto Magno

y Tomás de Aquino,

aunque dialogó con ellos,

el desarrolló ideas propias que desafiaron

la tradición escolástica.

El legado de Eckhart es asombroso,

aunque gran parte de su obra
se ha perdido,

lamentablemente,
la amplitud de su pensamiento es clara

en las Escrituras que sobrevivieron.

Escribió tanto en latín como en alemán.

En latín compuso comentarios bíblicos

y tratados filosóficos.

Estos textos muestran su capacidad
para integrar

la filosofía griega y neoplatónica

con la teología cristiana.

Quizá su obra

en alemán

es la más interesante.

Hablar en alemán de temas filosóficos
y teológicos

era revolucionario en su tiempo.

Esto le permitió

compartir conceptos complejos

con una audiencia más amplia,

incluyendo laicos y mujeres.

Al hacerlo democratizó

el conocimiento y ayudó
a desarrollar la lengua alemana

para expresar ideas profundas.

Un punto clave de su obra

es la unidad entre la razón y la fe.

En un tiempo donde muchos veían conflicto
entre estas dimensiones,

el sostuvo que ambas son expresiones

de una misma verdad.

No veía

una verdadera contradicción
entre la fe cristiana

y las enseñanzas de Aristóteles y Platón.

Consideraba que la filosofía enriquecía

nuestra comprensión de lo divino.

Su pensamiento sigue siendo

una fuente de inspiración
para nuestra época,

para muchos.

Eckhart exploró
a los padres de la Iglesia, especialmente

a San Agustín y al neoplatonismo.

Su capacidad para integrar

tradiciones distintas

refleja su genio y nos invita a superar

las divisiones entre distintos saberes.

Quiero destacar

un concepto clave en la obra de Eckhart

el «fondo del alma» o «Grund» en alemán.

Este término se refiere

a lo más profundo de nuestro ser.

Es una dimensión

inaccesible a las facultades ordinarias.

Es allí donde ocurre

el «nacimiento de Dios en el alma».

El concepto del Grund o «fondo del alma»

apunta a nuestro núcleo esencial.

Nos invita a explorar
un lugar de encuentro

entre el ser humano y Dios.

En las profundidades de nuestro interior.

Para Eckhart,

este espacio no es otra parte del alma,

como lo son nuestras emociones o

pensamientos.

Es el fundamento absoluto de lo que somos.

Donde desaparece

toda diferencia entre lo humano y lo
divino.

Allí tiene lugar

la unión más íntima con Dios,

sin barreras ni intermediarios.

Ahora bien.

¿Cómo podemos comprender

algo tan abstracto?

Pensemos en el Grund

como un corazón oculto del alma.

Este lugar no tiene forma ni contenido.

No está lleno de pensamientos, deseos,
ni, ni de identidad personal.

Eckhart

lo describe como un vacío puro.

Un espacio de silencio.

Imaginen por un momento

un lago completamente inmóvil.

Sin una sola onda en su superficie.

Ese silencio,

esa inmovilidad,

esa quietud.

es lo que define este fondo.

Paradójicamente,

es este vacío el que permite que Dios

se manifieste en nosotros.

En este lugar no hay distinción

entre lo manifestado y lo inmanifestado.

Es una realidad existente

en nuestras profundidades,

sin requerir méritos o acciones.

Eckhart apunta en el centro.

No se encuentra en la periferia,
sino en nuestro propio ser.

Además,

este fondo supera toda

representación, es decir,

es indescriptible e inimaginable

porque trasciende nuestra comprensión racional.

Debe ser

vivenciado directamente

en un proceso de interiorización.

Finalmente, el Grund

es tanto el punto de origen

como el de retorno.

La creación es un flujo constante

desde Dios hacia el mundo como, como,

como un río que desciende al valle.

Pero ese río debe regresar a su fuente.

El fondo del alma
es el lugar de retorno a Dios,

donde se reconecta con su origen.

Y aquí aparece una paradoja fascinante.

El Grund

es al mismo tiempo vacío y plenitud.

Es el vacío absoluto que alberga

la plenitud divina.

Nos recuerda

que la verdadera riqueza espiritual
no consiste en acumular,

en ganar, en lograr

obtener, sino en desprendernos

de toda necesidad ilusoria.

Eckhart encuentra en la paradoja

una forma de señalar
la profundidad de la relación

entre lo humano y lo divino.

Este concepto está enraizado en la

tradición filosófica y teológica.

Plotino y San Agustín

ya habían descrito ese núcleo del alma

donde lo humano toca lo divino.

Pero Eckhart desarrolló
esta idea con originalidad

y así impactó a generaciones posteriores.

Su visión inspiró a místicos

como San Juan de la Cruz
y Santa Teresa de Ávila,

ni más ni menos.

E incluso a filósofos como Schelling.

El fondo del alma
no es una teoría mística.

Nos invita a mirar

hacia nuestro interior.

A observar

las profundidades de nuestro interior,

a explorar ese espacio
de constante conexión

con lo divino.

En este fondo yace

la versión
más esencial de nosotros mismos.

Para que esto suceda, debemos

liberarnos de todo apego

y silenciar nuestras preocupaciones.

No es producto
sólo de nuestra voluntad o esfuerzo.

No... 

requiere un desprendimiento absoluto
de todo lo creado.

Es como un como un campo
que debe estar limpio y preparado

para poder ser sembrado.

Solo cuando nos vaciemos

de distracciones,

anhelos, ambiciones

y deseos, estaremos listos,

preparados

para que Dios brote en nosotros.

El alma debe vaciarse completamente

para llenarse de lo divino.

Así como debemos limpiar el recipiente

para verter agua limpia,

según él,

en este fondo puro y vacío,

Dios se engendra continuamente.

No aparece y desaparece, sino que se
manifiesta en un proceso eterno.

Eckhart es un maestro de la teología

negativa.

Para él,

lo divino trasciende
todo lo que podemos decir o pensar.

Cualquier afirmación sobre Dios,

por más verdadera que parezca,

siempre será insuficiente.

Por ejemplo, al decir que Dios es Padre,

no debemos entenderlo literalmente.

Esta metáfora no está dirigida

a nuestro entendimiento.

¿Ahora bien,

qué significa esto en nuestra vida diaria?

Una gran enseñanza de Eckhart

es que no necesitamos retirarnos del mundo

para encontrar a Dios.

Lo divino puede hallarse

en cada cosa,

en cada instante.

Solo necesitamos

un corazón desapegado

y una auténtica apertura.

Esta visión no es una evasión

o un escape de la realidad,

sino una invitación a transformarla.

Nos encontramos con lo divino

en cada acto de nuestra vida cotidiana.

Lo trascendente
se integra en lo más sencillo,

lo más simple, sin separaciones

ni dualismos.

No está lejano o inaccesible.

Está presente en nosotros
y en todo lo que nos rodea.

Eckhart nos invita a ver con otros ojos

y reconocer que lo divino habita

en cada rincón de la existencia.

Las distracciones

nos alejan de la verdad esencial

que ya está presente en nosotros.

En ese espacio

donde cesan las palabras y los conceptos,

podemos vislumbrar la unidad
con lo divino.

Entonces,

descubriremos que,

lo más profundo de nuestro ser

ya es un reflejo de lo eterno.

Este encuentro

no requiere alejarnos del mundo
ni abandonar nuestras tareas cotidianas.

Por el contrario,

cada acto, por simple

y sencillo y ordinario que parezca,

puede reflejar la luz de lo eterno.

El ruido del mundo

no puede afectar nuestra conexión
con Dios,

si sabemos escucharle en el silencioso

trasfondo
donde la vida encuentra su origen

y su destino.

Eckhart nos recuerda

que el verdadero

conocimiento surge cuando permitimos

que lo más verdadero nos toque.

En ese vacío intencional

y desprendimiento radical,

la plenitud irrumpe
y Dios nace en el alma.

Al reconocer que lo divino

habita en cada instante y en cada lugar

somos llamados
a vivir con mayor conciencia.

Cuando vemos que el mundo

es un reflejo de lo eterno,

actuamos con la profundidad
que brota de este reconocimiento.

En el fondo,

Eckhart propone

contemplar la vida misma

como un acto de creación continua.

Cada momento puede ser un portal

hacia lo infinito.

Entonces descubriremos que
Dios no se encuentra fuera de nosotros,

sino que ya nos habita como nuestra raíz
secreta.

Está incluso más cerca de nosotros

que nosotros mismos.

Tal como dijera San Agustín

en Sus Confesiones tres seis

Dios es

«Interior intimo meo, superior summo meo»

es decir,

Más íntimo que mi propia intimidad,

más alto que lo más alto de mí mismo».