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La Fenomenología de lo Sagrado - Parte 1

Prabhuji

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La fenomenología es una corriente filosófica que busca comprender cómo los fenómenos se manifiestan a la conciencia intencional.

Explora como vemos, sentimos y entendemos el mundo.

Se interesa en aquello que experimentamos.

No se enfoca en el aspecto externo de las experiencias, sino en el sentido que le damos a ellas.

La fenomenología

es una corriente filosófica

que busca comprender

cómo los fenómenos se manifiestan

a la conciencia intencional.

Explora

como vemos, sentimos

y entendemos el mundo.

Se interesa en aquello que experimentamos.

No se enfoca en el aspecto externo

de las experiencias,

sino en el sentido

que le damos a ellas.

A este sentido le llamamos el noema.

Aunque pueda parecer abstracta,

esta disciplina es clave

para entender nuestra relación

con lo que nos rodea.

Filósofos de los siglos 18 y 19

prepararon el terreno

para esta corriente de pensamiento.

Por ejemplo, Immanuel Kant

distinguió entre fenómeno,
lo que percibimos

y noúmeno o la cosa en sí.

Lo que trasciende la percepción.

Según Kant,

no conocemos la realidad pura,

sino lo que las estructuras internas de la
mente nos permiten percibir.

Es como mirar el mundo

a través de gafas que moldean
todo lo que vemos.

Este planteamiento

influyó en Edmund Husserl,

quien lo puso en el núcleo
de la fenomenología

un siglo más tarde.

Husserl,

padre de la fenomenología,

investigó los fenómenos

tal como aparecen en nuestra conciencia.

Libres de prejuicios
e ideas preconcebidas.

El propuso la reducción fenomenológica

que llamó epojé.

La epojé

es de detenerse por un momento.

Suspender todo juicio

y enfocarse en cómo las cosas

se presentan ante nuestra conciencia.

Por ejemplo,

al mirar un árbol

suspendemos los juicios científicos

sobre su existencia material

y nos enfocamos en la aparición

de ese árbol ante nosotros.

Esta metodología
se centra en nuestra percepción

y en el significado
de nuestras experiencias.

Entre los discípulos de Husserl,
destacó Martin Heidegger,

quien llevó la

fenomenología en otra dirección.

Mientras Husserl estudiaba

cómo experimentamos el mundo,

Heidegger se enfocó en el ser.

En Ser y Tiempo,

introdujo el concepto de "Dasein".

Esta palabra alemana

significa ser ahí o ser aquí.

Describe al ser humano como un ente

que está en el mundo e interactúa con él.

Lo transforma

y se transforma a sí mismo en el proceso.

Heidegger

reflexionó

sobre diferentes
asuntos de nuestra existencia.

Propuso conceptos como "ser para la muerte"

que enfatizan nuestra finitud

no sólo biológica,
sino también ontológica.

Maurice Merleau-Ponty añadió

que la conciencia

no puede separarse del cuerpo.

En Fenomenología de la percepción señaló

que mediante nuestro cuerpo
experimentamos el mundo.

Todo lo que vemos, escuchamos

o tocamos está mediado
por nuestra corporalidad.

Este enfoque rompe
con el viejo dualismo cartesiano

que separaba mente y cuerpo.

Según Merleau-Ponty,

ambos están conectados.

Por ejemplo,

al tocar el hielo,

además de registrar la sensación

de nuestra mano.

la conciencia interpreta

esa experiencia como significativa.

Este enfoque ha influido

en campos como la psicología

y las ciencias cognitivas.

Jean Paul Sartre

combinó
la fenomenología con el existencialismo

para explorar la libertad
y la subjetividad humanas.

En su obra

"El ser y la nada"

Sartre afirma que la conciencia

carece de esencia fija.

En sus palabras es

nada.

Esto nos hace libres para definirnos

mediante nuestras elecciones y acciones.

Pero aquí viene el desafío.

Esta libertad radical

también conlleva una gran responsabilidad.

Sartre nos recuerda que cada uno
es responsable

de darle sentido a su existencia.

Además,

profundizó
en la influencia de las relaciones

en nuestra identidad.

Utilizó
el concepto de la mirada para explicar que

la manera en que

otros nos perciben puede moldear

cómo nos vemos a nosotros mismos.

Es decir, incluso en nuestra experiencia,

en nuestras experiencias más íntimas,

siempre estamos en diálogo
con el mundo que nos rodea.

Por último,
quiero destacar a Emmanuel Levinas,

quien llevó la fenomenología
hacia la ética.

En "Totalidad e infinito"

propuso

que la relación con el otro es central.

Para él,

el rostro del Otro nos interpela

y exige una respuesta ética.

La ética, según Levinas,

no es externa,
es el núcleo de nuestra humanidad.

Este enfoque enfatiza
la importancia de la alteridad

y la empatía.

Con el tiempo, la fenomenología

ha influido en otras disciplinas.

Hans Georg Gadamer desarrolló
la hermenéutica que estudia

la interpretación del mundo
mediante el lenguaje y la tradición.

Jacques Derrida utilizó

herramientas fenomenológicas
para cuestionar la presencia

y el significado, dando lugar

a la deconstrucción.

La fenomenología

ha impactado la literatura,
la cultura y las ciencias sociales.

En el ámbito de las ciencias
también ha dejado huella.

Antonio Damasio y Daniel Dennett

usaron conceptos fenomenológicos
para estudiar

cómo la conciencia
surge de procesos cerebrales.

Giulio Tononi aplicó
estas ideas en su teoría sobre

cómo el cerebro integra información
para generar

experiencias conscientes.

La conciencia

eje de la fenomenología

tiene una historia rica.

Desde Platón
hasta los filósofos contemporáneos

hemos reflexionado

sobre lo que significa percibir, pensar

y ser.

La fenomenología

al describir la experiencia
tal como aparece,

nos guía para explorar la condición humana.

En un mundo lleno de ruido

invita a detenerse y observar.

Quizás

en el acto de describir

lo que vemos y sentimos

encontremos

no solo respuestas,

sino también nuevas preguntas
que nos conecten

con nuestra esencia.

En su ontología existencialista,

Jean-Paul Sartre
introduce una distinción fundamental

entre dos modos de ser:

el en-soi (ser en sí) 

y el pour-soi (ser para sí)

El en-soi

se refiere a aquello que simplemente
es como una piedra

o cualquier objeto carente de conciencia.

Este modo de ser pleno y compacto,

definido por su inercia ontológica,

es decir,

existe sin reflexión sobre sí mismo

ni necesidad de justificarse.

El en-soi

carece de toda intencionalidad

o capacidad de trascenderse.

Por otro lado, el pour-soi 

representa el ser humano caracterizado

por la conciencia.

A diferencia del en-soi ,

el pour-soi no es estático

o completo, por el contrario, es una

una realidad dinámica

que se define constantemente
mediante su capacidad

de negación, proyecto y reflexión.

Sartre afirma

que el ser para sí
no tiene una esencia predefinida.

Su existencia precede a su esencia

en tanto que se constituye

mediante su capacidad de proyectarse
hacia el futuro

y de dotar de
significado al mundo que lo rodea.

En este sentido, el pour-soi es

siempre consciente de algo.

Sartre dice que la conciencia es

siempre intencional,
es decir, está dirigida

hacia un objeto o un fenómeno.

En la obra "La trascendencia del ego",

Sartre profundiza
en la naturaleza de la conciencia.

Afirma

que la conciencia es impersonal

y que el ego
no es una estructura inherente de ésta.

El ego es una construcción

que emerge en el mundo fenoménico.

La conciencia no es un objeto,

sino el

campo donde los fenómenos se revelan.

Por tanto,
afirmar que todo es para la conciencia

resalta la función constitutiva

de la conciencia en la experiencia humana.

El mundo existe en la medida en
que es aprehendido

por la conciencia.

Esta observa pasivamente los objetos,

les otorga sentido y los configura

como partes
de una totalidad significativa.

Este énfasis sartreano

en la primacía de la conciencia

subraya el carácter

radicalmente libre del ser humano.

A su vez,

determina

su condena a cargar con la responsabilidad

de conferirle sentido

a una existencia que

carece de un propósito intrínseco.

Al llegar a este punto,

los invito a detenerse un momento

y reflexionar

sobre cómo todo pasa primero

por nuestra conciencia.

Cada percepción,

cada encuentro,

cada emoción que hemos vivido,

no son simples

fragmentos, sino puentes.

Estos conectan

nuestro ser con el mundo.

Si prestamos atención

descubriremos que

en esos puentes

todo cobra sentido.

La fenomenología
nos recuerda que el mundo

no es sólo un conjunto de objetos

que tenemos que entender.

Es mucho más que eso.

Es un espacio de revelaciones,

de manifestaciones constantes.

Si nos detenemos y observamos

lo más sencillo, puede volverse

extraordinario.

Un árbol, por ejemplo,

no es sólo un tronco con hojas.

Es una historia atrapada

en una forma visible.

Y si miramos con cuidado,

descubriremos que

nuestra vida
también está hecha de fenómenos

como ese.

Los momentos nos hablan,

pero muchas veces no los escuchamos.

¿Qué propone entonces la fenomenología?

Simplemente detenerse.

Invita a observar y describir

lo que se percibe, pero sin prisas.

Desafía a abandonar prejuicios y certezas.

En ese proceso

nos abrimos a los misterios que están

siempre presentes y a menudo ignoramos.

¿Quizás el mayor desafío

no sea encontrar respuestas definitivas,

sino habitar

la pregunta

¿Qué significa estar aquí y

ahora?

¿Viendo,

sintiendo

y siendo?

Si podemos habitar esa pregunta

con honestidad y humildad,

habremos dado un paso

hacia una comprensión más
plena de nosotros mismos

y de nuestro lugar en este mundo.

Al final, comprender

no es solo un acto intelectual.

En gran medida es un acto de amor,

amor por lo que se manifiesta

ante nosotros. Amor

por lo que permanece oculto

y amor por ese espacio intermedio.

Ese lugar único donde el mundo

y nuestra experiencia

se encuentran y se abrazan.