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La quietud como esencia: redescubriendo la unidad del ser y la experiencia

Prabhuji

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Hoy quiero invitarles a explorar la quietud.

Una dimensión que sostiene nuestra existencia.

No me refiero a la pasividad o la inacción, sino una dimensión que a menudo pasa inadvertida.

Comprender esta dimensión puede transformar nuestra relación con el mundo.

Observemos nuestra percepción. 

Por un lado, reconocemos el plano discursivo.

Esa constante actividad mental que organiza nuestra experiencia, mediante pensamientos, palabras y narrativas.

Este plano nos da coherencia y continuidad.

Pero también nos limita a interpretaciones rígidas.


https://youtu.be/Rib9UxoFkE4


Hoy quiero
invitarles a explorar la quietud.

Una dimensión que
sostiene nuestra existencia.

No me refiero a la
pasividad o la inacción,

sino una dimensión
que a menudo pasa inadvertida.

Comprender esta dimensión puede
transformar nuestra relación con el mundo.

Observemos nuestra
percepción. Por un lado...

Por un lado,
reconocemos el plano discursivo.

Esa constante actividad
mental que organiza nuestra experiencia,

mediante pensamientos, palabras y narrativas.

Este plano nos da coherencia y continuidad.

Pero también nos
limita a interpretaciones rígidas.

Por otro lado, veremos un plano
menos evidente, pero más sutil y esencial.

La quietud.

Es un estado de presencia que
trasciende de los contenidos de la mente.

Los contenidos mentales.

Toda experiencia
consciente surge de ese espacio inmutable.

La quietud no es
mera ausencia de actividad.

Según Martin Heidegger,
es una forma de silencio del ser.

"Silencio del ser."

Prestar atención a esta dimensión permite

una comprensión
más directa de la realidad.

Nos libera de las
construcciones conceptuales que solemos imponer.

La queitud no es vacío.

Es un estado de apertura plena
hacia nosotros mismos y nuestro entorno.

Sin embargo, la vida cotidiana
deja poco espacio para esta queitud.

Vivimos inmersos en un flujo
constante de tareas y preocupaciones.

Estamos atrapados en un plano
horizontal donde todo gira en torno a hacer y lograr.

Somos los hacedores, no en vano

en el hinduismo, en sánscrito al ego, 

al fenómeno egoico se le
llama ahankara, "el hacedor."

"El hacedor." 

Esto nos desconecta de nosotros mismos.

Generando un vacío persistente, 
aunque no siempre lo reconozcamos.

Jean-Paul Sartre lo expresó con claridad.

Identificarnos
solo con nuestras acciones 

y proyectos conduce a
un estado de alienación.

Buscamos llenar ese
vacío sin lograrlo completamente.

Alcanzamos una meta,
pero surge otra de inmediato.

Este ciclo refleja nuestra
desconexión de la dimensión de la quietud.

La quietud surge cuando
estamos plenamente presentes.

No se alcanza por
voluntad, sino 

sino como reconocimiento espontáneo 
de lo que ya está y espera ser percibido.

En presencia plena, dejamos de
identificarnos con el flujo de pensamientos.

Entonces, surge una sensación 

de autenticidad y conexión
independiente de lo externo.

Todos hemos
experimentado momentos de conexión,

aunque a veces no lo
notemos o nos nos damos cuenta.

La mente
discursiva se detiene frente 

a la belleza de un
paisaje o un abrazo sincero.

Disfrutamos la
quietud espontánea, 

pero el desafío es
integrarla en nuestra vida diaria.

¿Por qué es tan difícil?

Porque la mente conceptual 
domina nuestra percepción.

Fragmentar la
experiencia en categorías, juicios 

y narrativas puede ser
útil, pero también nos limita.

Wittgenstein señaló que 
el lenguaje tiene límites, 

aspectos
fundamentales de la existencia,

no se captan con palabras.

Sabidurías como la
sabiduría del Zen sugieren

trascender el pensamiento 
para tocar la esencia de la realidad. 

Aceptar la experiencia tal
como es nos ofrece una perspectiva unificadora.

Los estoicos hablan del amor fati,

abrazar todo como
parte del orden natural.

La meditación vipassana enseña a observar

cada fenómeno sin
apego ni aversión. 

Ambos aspiran a trascender las divisiones
impuestas por la mente,

reconociendo la unidad de la esencia.

Este reconocimiento nos
transforma a nivel individual.

Al percibir la vida como 

totalidad indivisible desaparecen
las barreras entre "yo" y "mundo."

Spinoza afirmó que todo es
manifestación de una única sustancia.

Comprender esto no es
solo un acto intelectual, 

es una vivencia que
redefine nuestra relación con la vida.

Aunque los desafíos, el sufrimiento 

o las incertidumbres no desaparecen,

cambia nuestra actitud hacia ellos.

En lugar de
resistir estas experiencias,

las aceptamos como parte de
la totalidad de la existencia,

incluso en los momentos de
dificultad, 

un fondo de quietud intacto 

nos recuerda que
somos más que nuestras circunstancias.

Integrar la quietud en nuestra
vida no requiere grandes cambios externos.

Comienza con pequeños instantes de
observación

en los cuales el ruido interno seza.

Este reconocimiento con el tiempo
transforma nuestras acciones y relaciones.

Cuando dejamos de
buscar frenéticamente afuera,

descubrimos que la plenitud
no se alcanza, sino que se reconoce.

En la quietud todo cobra sentido.

La unidad de la
existencia, 

lejos de ser una idea lejana, 
se convierte en una realidad vivida.

Así la vida en su sencillez y
complejidad revela su verdadera esencia, 

un flujo constante sostenido
por el silencio del ser.

En este silencio, todo lo que somos y
lo que es, se encuentra en perfecta armonía.