Prabhuji en Español

El giro simbólico - parte 3

Prabhuji

Send us a text

Desde los albores de la historia, la humanidad ha explicado la realidad mediante símbolos y mitos.

Estos se encuentran en los fundamentos de nuestras estructuras culturales, sociales y cognitivas.

Crean una red invisible que une lo cotidiano con con lo extraordinario, lo tangible con lo inalcanzable.

Carl Gustav Jung marcó un hito en el análisis de los símbolos.


https://youtu.be/kPJRmN7Xxns


Desde los albores de la historia,

la humanidad ha explicado la
realidad mediante símbolos y mitos.

Estos se encuentran en los fundamentos 

de nuestras estructuras
culturales, sociales y cognitivas.

Crean una red
invisible que une lo cotidiano con

con lo extraordinario, lo
tangible con lo inalcanzable.

Carl Gustav Jung marcó un
hito en el análisis de los símbolos.

Los definió como
términos, nombres o imágenes cotidianas

que poseen algo más que las
connotaciones corrientes y obvias.

Detengámonos un momento en esta idea.

Para Jung, los
símbolos son importantes porque

unen dos dimensiones,
la concreta y la trascendente.

Es decir, un
símbolo es un puente entre

lo visible y lo oculto,
entre lo expresable y lo intuido.

Este puente nos
permite entender el mundo y acceder

a un conocimiento que
trasciende la razón analítica.

A veces un cuadro puede
expresar más que las palabras 

y una melodía evocar
emociones que el lenguaje jamás podrá.

El símbolo nos
transporta más allá de lo evidente.

Sin embargo, el símbolo no es sólo
una herramienta para describir o analizarla.

Muestra cómo está
estructurada la realidad misma.

Esto es clave para comprender su
importancia en la historia del pensamiento.

Platón, en su diálogo
"Parménides", explora un problema

filosófico fundamental, 
la relación entre lo uno y lo múltiple.

Platón reflexiona
sobre si la realidad es 

una totalidad indivisible o
una suma de partes independientes.

El símbolo une estas dos
dimensiones y nos muestra que 

la realidad es ambas al
mismo tiempo, ambas simultáneamente.

No se limita a una unidad
absoluta ni a una fragmentación total.

Platón se hace carro de la
disputa entre Holón y el Panta.

Los griegos representaban
esta dualidad con estos dos conceptos,

Holón que significa unidad simple y
Panta que se refiere a una unidad compuesta.

La unidad simple es
indivisible, mientras que la unidad compuesta

reúne elementos diversos que
cobran sentido en la reconciliación.

Un ejemplo fascinante de esta unión
es el término "Eloquim" en la tradición hebrea,

usado para referirse a Dios.

Este término combina lo
singular, "el", con lo plural, "im",

simbolizando la
integración de lo uno y lo múltiple.

La unidad y la multiplicidad, es
decir, la divinidad es una realidad compleja

que incluye la diversidad, la
multiplicidad, sin perder su esencia unitaria.

Así, el símbolo no es sólo
una herramienta de conocimiento,

sino un reflejo fiel
de la estructura del mundo.

Otro ejemplo de ello es la trinidad

cristiana que concibe
tres personas en un solo Dios.

El símbolo también
actúa en el ámbito auditivo.

Tal vez les sorprenda
saber que existen imágenes auditivas.

A primera vista parece una
contradicción, ¿cómo puede una imagen ser auditiva?

Justamente en esta
paradoja radica el poder del símbolo.

Pensemos en una experiencia
que une lo que vemos y lo que oímos.

Por ejemplo, en el libro de
Éxodo, capítulo 20, versículo 15,

la Biblia dice que: "el pueblo vio los

estruendos y las
llamas y el sonido del cuerno."

Al combinar lo visual y lo auditivo, 

el significado se
profundiza en una experiencia única.

Así el símbolo no sólo se ve, 
también se escucha, ya que

adquiere significado al
escuchar la narración que atesora.

El símbolo vive en las historias.

No son meras invenciones,
son herencias de una comunidad.

Deben relatarse y transmitirse.

El Bhagavata Purana describe el proceso de

śravaṇaṁ kīrtanaṁ viṣṇoḥ smaraṇaṁ 
pāda-sevanam arcanaṁ vandanaṁ

śravaṇaṁ y kīrtanaṁ , que significa

śravaṇaṁ escuchar, kīrtanaṁ narrar.

En este diálogo colectivo, el símbolo 

se llena de sentido y
trasciende al individuo.

El mito desempeña un papel esencial

al unir lo visual con lo auditivo

y la experiencia
individual con la colectiva.

Muchos poseen una
estrecha visión sobre los mitos.

Los consideran ficticios o irrelevantes.

Los mitos son poderosas
herramientas que nos conectan

con las
profundidades de nuestra existencia.

Según Paul Ricœur, un mito
es una narración simbólica que relata

a un acontecimiento extraordinario
que se remonta a la noche de los tiempos.

Mircea Eliade, otro gran pensador, señala

que los mitos
explican los orígenes y ofrecen

modelos de comportamiento.

Así, los mitos son guías
para vivir en armonía con la realidad.

Entonces, el mito
no es una simple ficción.

Es una forma de conocimiento que
conecta lo humano con lo suprahumano.

Nos ayuda a entender de dónde venimos
y cómo enfrentar los desafíos del presente.

Incluso en la modernidad,
los mitos siguen siendo relevantes,

adaptados a
nuestras necesidades culturales,

continúan articulando los valores y
creencias que sostienen las comunidades.

Martin Heidegger sugiere que los mitos

narran cómo lo
absoluto irrumpe en lo relativo,

como lo eterno se
manifiesta en lo temporal,

transforman la realidad y
nos dan propósito y dirección.

Las comunidades que
relatan sus mitos preservan su

historia y encuentran
cohesión y sentido en estos relatos.

Ahora bien, ¿cuál es la
relación entre el mito y la razón?

Wilhelm Nestlé en su obra "Del
mito al logo", o "Vom mythos zum logos,"

sostiene que la ruptura
entre el pensamiento narrativo

y el racional es el
inicio de la filosofía occidental.

Sin embargo, esta
interpretación ha sido cuestionada.

Mito y logos no son
opuestos sino complementarios.

El mito explora lo que
la razón no puede alcanzar,

mientras que la razón explica
lo que el mito no pretende abordar.

Juntos nos ofrecen una
comprensión más integral de la realidad.

Por eso el mito no
desapareció con la llegada de la razón.

Incluso hoy, en una era
dominada por la ciencia y la tecnología,

seguimos recurriendo a los
mitos para dar sentido a nuestras vidas.

Aunque a menudo, de
manera implícita, los mitos

dan significado a
nuestras explicaciones racionales,

existe una tensión
inherente entre el mito y el logos.

El mito pertenece a
una comunidad específica

ligada a su
historia, cultura y experiencia.

El logos aspira a la
universalidad desde lo abstracto,

buscando conceptualizar
para trascender lo particular.

Esta dicotomía plantea cuestiones 

de identidad,
pertenencia, poder y expansión cultural.

El paso del mito al
logos ocurre cuando una

comunidad intenta
universalizar su relato fundacional.

El símbolo debe ser abstraído
para trascender sus propias fronteras.

Solo abandonando su
particularidad, puede convertirse

en un concepto universal
aceptado por todos los pueblos.

El símbolo, como expresión
material del mito, posee un poder cohesivo,

refuerza la unidad y el
sentido de pertenencia de un pueblo.

Por ejemplo, "la menorá". "La menorá" 

tiene significado para los
judíos y la cruz para los cristianos.

Cada una refleja
narrativas específicas que

otorgan sentido a
la existencia colectiva. Sin embargo, 

el poder del
símbolo desaparece al buscar universalizarlo.

Pierde su capacidad de
vincularnos con el aspecto oculto del símbolo.

Este es un buen ejemplo
de este proceso paradigmático.

Presten atención.

El cristianismo

nació en el marco narrativo del judaísmo.

El pueblo judío consideraba

que la revelación recibida era exclusiva

para ellos

y no buscó imponer
su fe a otras naciones.

Pero el cristianismo

formuló el mito en términos universales.

El Mesías pasó de ser una figura judía

a convertirse en el
Salvador de toda la humanidad

bajo la idea de que todos son pecadores

y Cristo vino a redimirnos.

De esta manera un símbolo particular,

hebreo en este caso, se transformó

en un concepto teológico abstracto

con pretensiones universales.

La universalización del mito

tiene implicaciones

filosóficas y políticas.

Culturalmente

despoja el relato
de su carácter particular

para transformarlo

en una idea abstracta

capaz de extenderse a otras naciones.

Políticamente

refleja dinámicas
de dominación y supremacía

donde una comunidad
impone su narrativa como universal

negando las de otros pueblos.

Las expansiones imperiales

desde Mesopotamia

hasta la colonización europea

impusieron culturas a costa de otras.

El proselitismo es
un imperialismo simbólico,

ya que subestima otras visiones de
trascendencia e impone un símbolo universal.

El mito está siempre
vinculado a un tiempo y a una nación

de donde obtiene su
fuerza y resonancia en su comunidad.

por ello no puede
valer para todos, es imposible.

El mito es democrático,
pues puede coexistir con otros mitos.

Esto difiere del logos que busca
imponerse como la única interpretación válida.

Por eso el hereje es
hijo del logos, no del mito.

En el mito no hay herejes.

Cuando el mito se impone de manera
universal, pierde su significado original

y paradójicamente también su
capacidad de cohesionar a su comunidad de origen.

La universalización del
mito lo desvincula de lo concreto,

lo convierte en una
abstracción que, aunque más inclusiva,

pierde fuerza y arraigo originales.

Esto evidencia dos
formas de entender el mito,

como relato que une a
un pueblo en su singularidad

o como idea universal que
pretende abarcar a toda la humanidad.

Sin embargo, universalizar un mito

puede generar violencia
simbólica despreciando otras narrativas

y privilegiando
una visión única del mundo.

La riqueza del pensamiento humano
radica en la diversidad de mitos que reflejan

formas únicas de
habitar y comprender el mundo.

Intentar que un mito valga para todos,
niega la diversidad y reduce su profundidad.

Lo abstracto al generalizarse
pierde los detalles únicos que capturan la

complejidad de lo
particular en su contexto.

Un concepto abstracto como libertad
busca ser aplicable a diversas situaciones,

pero pierde las
experiencias concretas de cada contexto.

La libertad de un esclavo liberado en
la antigua Roma difiere radicalmente de la

libertad de un
ciudadano moderno que vota.

Cada caso tiene matices que el
concepto general no abarca completamente.

Lo particular o concreto alude a una
realidad específica, con detalles únicos que

incluyen emociones,
circunstancias y contextos vividos.

La vivencia concreta
tiene una riqueza y matices

que no puede
traducirse plenamente a un concepto.

Al buscar universalidad, el concepto
simplifica y reduce las particularidades para

ser comprensible y
aplicable a diferentes casos.

En última instancia, los
mitos y los símbolos nos invitan

a trascender lo evidente,
explorando lo invisible y eterno.

Nos guían hacia el
descubrimiento del sentido de nuestra humanidad.

Ahora quisiera invitarles a
reflexionar sobre los símbolos y mitos en sus vidas.

No son sólo ecos de un pasado
distante, ni adornos intelectuales.

Son las huellas que
nuestras culturas han dejado en el

camino hacia la comprensión
de quienes somos y anhelamos ser.

Más que darnos
respuestas en ellos hayamos preguntas

que aún resuenan en lo
profundo de nuestra conciencia.

Los símbolos tienden
puentes entre lo visible y lo

invisible, abriendo
caminos hacia lo innombrable.

Por su parte los mitos nos recuerdan
que la verdad no siempre se encuentra en la

precisión de los hechos, sino
en la profundidad de los significados.

Ambos nos llaman a mirar más allá de lo

inmediato, imaginar un
mundo más pleno e interconectado.

Cada símbolo
descifrado y cada mito narrado

nos devuelve un
fragmento de nuestra humanidad.

Nos revelan partes
olvidadas de nuestra identidad.

Les dejo con esta reflexión.

Quizás no podamos resolver todos
los misterios que los mitos y símbolos nos plantean, 

pero tal vez
ahí radique su mayor enseñanza.

Nos recuerdan que no
estamos aquí solo para entender,

sino para maravillarnos.

En ese umbral
entre el saber y el no saber,

descubrimos que lo
esencial no es llegar a una meta,

sino recorrer el trayecto mismo.

Sigamos narrando,
explorando y trasando nuevas conexiones,

porque en esa búsqueda
reside nuestra capacidad de trascender.