Prabhuji en Español

El Misterio de la Quietud Interior

Prabhuji

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En toda búsqueda humana de amor y felicidad se esconde la esperanza
de trascender la experiencia ordinaria y las limitaciones egoicas. 

Sin embargo, no lo lograremos  dominando nuestras experiencias.

Más bien, para abrazar la dicha debemos renunciar a los esfuerzos mentales.

Estas construcciones conceptuales, lejos de acercarnos o apróximarnos, nublan la percepción de lo esencial.

En toda búsqueda
humana de amor y felicidad 

se esconde la esperanza
de trascender la experiencia ordinaria

y las limitaciones egoicas. 

Sin embargo, no lo lograremos 
dominando nuestras experiencias.

Más bien, para abrazar la dicha 
debemos renunciar a los esfuerzos mentales.

Estas construcciones conceptuales, 

lejos de acercarnos o apróximarnos,
nublan la percepción de lo esencial.

Cuando nos despojamos 
de estas estructuras,

permanece un silencio que disuelve 
las fronteras entre el yo y el mundo.

Para acceder a esta quietud interior, 
se requiere abandonar 

los métodos y las técnicas
que hemos adoptado

para lograr
estabilidad emocional o mental. 

Mi llamado a la quietud suele
provocar tanto asombro como cierta reticencia,

puesto que niega 
los recursos conocidos.

Se han popularizado métodos para
aquietar la mente, prestar atención a un punto o objeto, 

visualizar un mándala 
o concentrarse en la respiración.

Pero mi sugerencia es clara e inequívoca.
Detente. Renuncia a cualquier técnica.

Permanence en el presente abierto a
todo lo que emerja. Libre de expectativas.

En este estado de quietud absoluta,
una presencia inmutable y completa se revela.

La realidad fundamental misma. 

No ofrezco un sistema doctrinal que
enriquezca la concepción de lo real.

Por el contrario, sugiero despojarse
de cualquier estructura mental 

y eliminar todo artificio creado
en nombre de la claridad.

Las teorías y los conceptos 
pueden tener cierta utilidad. No lo niego. 

Sin embargo, se vuelven un lastre y oscurecen
la percepción de la realidad subyacente.

Edmund Husserl, el
padre de la fenomenología,

propuso un nuevo método
para acceder a la experiencia.

Lo llamó epojé, o ‘reducción fenomenológica’.

Esto consiste en suspender la actitud natural

que impone estructuras conceptuales previas 

sobre los fenómenos 
y distorsiona nuestra percepción directa.

Husserl propone eliminar todo prejuicio

y permitir que los fenómenos se presenten 
en su esencia libres de interpretaciones impuestas.

Él critica la ciencia natural por
reducir la realidad a esquemas abstractos. 

En su lugar, sugiere que los conceptos
se adapten a la realidad experimentada.

El método fenomenológico
propone adaptar nuestros conceptos 

a las cosas en lugar de
adaptar las cosas a nuestros conceptos.

En este contexto, los preceptos
tradicionales deben entenderse como

indicaciones o señalizaciones, 
no como reemplazos de la verdad.

Esta búsqueda no se satisface con
teorías por muy convincentes que parezcan, 

pues estas obstaculizan la
aprehensión de la verdad esencial.

Husserl defiende un acceso a la experiencia
en su autenticidad y complejidad originarias.

lo que Śankara denominaría 
aparokṣānubhūti o ‘conocimiento directo’.

Sólo en una quietud profunda es posible acceder 
a la vivencia inmediata de la propia esencia.

Libres de estructuras conceptuales
enfrentamos la naturaleza desnuda del ser.

En ese estado de desnudez existencial, 
las ideas de identidad, metas, objetivos,

anhelos y aspiraciones
se disuelven, se diluyen.

Entonces, surge la comprensión de uno mismo
sin mediación alguna.

En el Bhagavad Gita,
capítulo 2 texto 38, Krishna dice:

Sukha-duḥkhe same kṛtvā 
lābhālābhau jayājayau; 

«Considera 

el placer y el dolor, 

la ganancia y la pérdida, 

la victoria y la derrota 

como iguales; 

luego, prepárate para la batalla. 

Actuando de esta manera, 

no incurrirás en pecado».

Aquí Krishna le explica a Arjun,
que no hay diferencia 

entre lo que consideramos
pares de opuestos.

Los aspectos de la experiencia
humana son limitados y fragmentarios.

Esta guía apunta a aquello que es
íntegro y suficiente en su propia naturaleza.

En la renuncia a los
apegos y las aversiones 

se manifiesta la esencia
del ser en toda su plenitud.

Existen diferentes caminos
que apuntan hacia la iluminación.

A este proceso se le denomina
reconocimiento de la consciencia o recuerdo de Dios.

No en el sentido de
una memoria mental sino 

como un acceso a una realidad
eterna que ha estado siempre presente.

Ciertas sendas enfatizan
la indagación en la consciencia 

a través del «yo soy», 
como el jñāna-yoga.

Otras se orientan hacia el
amor y la devoción como el bhakti.

Cuando la consciencia adopta
una apariencia finita y limitada

se experimenta una separación ilusoria.

La consciencia se identifica 
con el complejo mente cuerpo.

Entonces aparece el sentido ilusorio 
de un aparente «yo» autónomo.

Este «yo» separado independiente emana 
de la identificación con las cualidades pasajeras,

construyendo así una percepción autoreferente.

Una indagación profunda revela que la individualidad 
no tiene una existencia autónoma.

La realidad última que algunos describen 
como esencia divina, Ser, Dios o Kṛṣṇa,

es una presencia consciente plena en todas 
las experiencias y completamente autocontenida.

La consciencia primordial se manifiesta 
en la mente humana como «yo soy».

La divinidad se expresa a través
de la percepción humana.

Cuando ocurre el autoconocimiento, 

esta esencia fundamental se
expresa como paz y gozo, dicha.

Seguir la consciencia o la dicha
implica superar los límites del cuerpo mente,

conduciendo al ser desde las fronteras
del tiempo hacia una dimensión de eternidad.

El «yo» individual es el
punto de partida desde el cual

la consciencia infinita se
manifiesta en una forma finita, apareciendo 

como un «yo» separado 
y un mundo objetual.

Sin embargo, este mismo punto inicial 

se convierte en el umbral
a través del cual el «yo» finito

retorna a su esencia ilimitada,
la realidad trascendental al tiempo y las formas.

El constante anhelo de paz 

y la permanente búsqueda de
felicidad por parte del «yo» limitado

constituye una manifestación 
de esta consciencia subyacente.

El deseo de felicidad revela que se ve atraído 
a la dicha infinita de la cual forma parte.

Cuando el individuo
se sumerge en su ser 

y en su origen,
experimenta una revelación profunda.

El yo nunca ha sido diferente 
de la consciencia infinita.

Incluso bajo la
apariencia de ignorancia, 

la realidad ilimitada de la
consciencia ha sido la única verdad.

En la vastedad de este vacío pleno,
palabras y pensamientos se extinguen 

y lo que permanece es la
realidad en su expresión más pura.

Una calma absoluta que manifiesta
la unidad fundamental de toda existencia.

Esta realidad suprema no puede ser
categorizada como consciencia, 

ya que este término implica una relación con
objetos los cuales en este estado no existen.

Al no haber objetos de referencia, esta realidad
no puede considerarse ni finita ni infinita, 

pues sobrepasa todas las categorías 

y escapa a cualquier 
descripción conceptual.

Como dice Edmund Husserl, 
no hay cogito sin cogitatum.

Es decir, no puede haber un acto de pensar
(cogito) sin un objeto pensado (cogitatum).

Sólo en la quietud más profunda
es posible reconocer 

aquello que permanece inmutable, aquel
trasfondo constante de toda experiencia.

En la calma se alcanza la
autenticidad de una identidad plena.

Este descubrimiento o alétheia,
como lo denominaron los griegos en la antigüedad, 

no tiene que ocurrir en un futuro lejano.

Se encuentra disponible a todo instante.

Este reconocimiento
desemboca en el silencio,

considerado en la tradición
advaita como la enseñanza suprema.

En esta experiencia última, la quietud 
y la totalidad se integran sin residuo,

develando un misterio eterno, 

una realidad incondicionada 
que trasciende toda forma,

nombre, teoría, idea y concepto.

Es en el núcleo inmutable 
de esta presencia indivisible

donde aquello que se
anhelaba como distante 

se revela,

no como algo a alcanzar u obtener,
sino como la esencia misma de lo que somos.

En esta certeza profunda, 
yace la presencia esencial de Dios.