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El vacío y lo imposible: diálogo entre el budismo mahayana y el psicoanálisis lacaniano

Prabhuji Season 3 Episode 16

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Hoy propongo un diálogo entre el psicoanálisis lacaniano y las enseñanzas budistas mahayana.

Ambas investigan los límites del lenguaje,  las imágenes y los conceptos, aunque desde perspectivas radicalmente distintas. 

 Estas tradiciones surgidas en contextos históricos y culturales completamente diferentes comparten un propósito esencial,

explorar aquello que trasciende de las categorías con las que comprendemos el
mundo. 

Hoy propongo un
diálogo entre el psicoanálisis

lacaniano y las
enseñanzas budistas mahayana.

Ambas investigan los
límites del lenguaje,  

las imágenes y los
conceptos, aunque desde perspectivas

radicalmente distintas. 

 Estas tradiciones surgidas

en contextos históricos 
y culturales completamente diferentes

comparten un propósito esencial,

explorar aquello que
trasciende de las categorías 

con las que comprendemos el
mundo. 

Lacan propone una teoría de la
subjetividad 

estructurada en tres registros,

lo simbólico, lo imaginario y lo real.

Lo simbólico se refiere al lenguaje y
los sistemas que organizan nuestra realidad.

Lo imaginario abarca las imágenes y
las identificaciones que conforman 

nuestra percepción de nosotros mismos.

Finalmente, lo real. 

Lo real es aquello que está 
más allá de toda representación.

Lacan lo define como lo imposible.
No puede integrarse ni simbolizarse, 

pero paradójicamente,
organiza y da forma nuestra experiencia.

En el budismo Mahayana encontramos

la enseñanza central
de la vacuidad o shunyata.

Esta afirma que ningún fenómeno posee

una existencia intrinsica. 

Nada es independiente,

ni tiene una esencia fija, 

ya que todo depende de causas, 
condiciones y relaciones.

Nagarjuna lo expresó con claridad. 

Las cosas son vacías porque son
dependientemente originadas,

dependientemente originadas. 

Eso implica que la

la realidad, lejos de ser
sólida, concreta o permanente,

es fluida e interdependiente. 

Aunque el budismo y Lacan parten
de perspectivas completamente distintas,

comparten un tema fundamental. 

El vacío estructural
que subyase tanto a nuestra

experiencia del mundo como la 
naturaleza de la realidad. 

En la shunyata, 

el vacío no significa ausencia de
existencia, 

sino carencia de una esencia propia.

Para Lacan, 
lo real es un vacío 

en el sistema simbólico, 
un límite infranqueable.

Analicemos cómo estas
concepciones se entrelazan y a la vez divergen.

Comencemos con la shunyata.

En el budismo, esta noción
no se limita a los objetos externos.

También incluye al
sujeto que los percibe.

La idea del yo, como entidad
sólida y autónoma, es, según el budismo,

una ilusión que perpetúa el apego,
el sufrimiento y las emociones negativas.

Muy importante en el budismo.

Shunyata no niega la existencia del yo,

pero redefine su
naturaleza como un constructo

dependiente de
condiciones en constante transformación.

Por lo tanto,
nuestra relación con el mundo 

se basa en una percepción
distorsionada de la realidad.

En el caso de Lacan, lo real
no alude a lo empírico ni tangible.

no es un objeto
perceptible a través de los sentidos.

Más bien lo real es un
límite, una ausencia vinculada al deseo.

Para lacan el deseo no
intenta llenar un vacío accidental.

Por el contrario, ese vacío, 
esa falta, 

constituye la esencia del deseo mismo.

Nunca logramos plenamente
lo que deseamos, 

porque lo real como vacío estructural es
inefable e imposible de simbolizar.

Aquí hayamos un punto de
conexión esencial entre Shunyata y lo real.

Ambas nociones cuestionan
las ideas de sustancia y esencia.

Tanto en Lacan como en el
budismo, la realidad no es fija ni inmutable.

En Shunyata los fenómenos
carecen de naturaleza intrínseca.

Están vacíos porque
dependen de causas externas.

En Lacan, lo real es lo que permanece 
fuera del sistema simbólico,

aquello que el lenguaje no puede capturar.

Sin embargo, estas
tradiciones no son idénticas.

Una diferencia crucial
está en la posición del sujeto.

En el psicoanálisis Lacaniano, 
el sujeto ocupa un lugar central.

Todo se organiza en
función de su relación con el lenguaje, 

el deseo y
los registros de lo simbólico,

lo imaginario y lo real.

En contraste el
budismo busca desmantelar 

la noción misma de un
sujeto independiente, autónomo.

Desde la perspectiva budista, el yo
no es una identidad sólida, concreta, 

sino una construcción que
surge de interrelaciones.

Esto conduce a la disolución
de la dualidad entre sujeto y objeto.

Otra diferencia importante
radica en los fines de estas perspectivas.

En el budismo, la
realización de shunyata es transformadora.

Su realización conduce a la liberación
del sufrimiento, al permitir desapegarse de

las ilusiones que generan
conflictos y emociones negativas.

En Lacan, lo real no es superable.

Es un límite permanente que estructura

la subjetividad y que
no puede ser trascendido.

Sin embargo, tanto la shunyata
del budismo como lo real de Lacan,

nos desafían a replantear nuestras

suposiciones más
fundamentales sobre la realidad.

Nos enseñan que el
vacío no es un defecto,

es una condición
esencial de la existencia.

Existe un vacío en el núcleo de nuestra experiencia

que lejos de
ser una carencia o una falta,

constituye el origen, la
fuente, de la cual todo surge, todo emana.

En ese espacio inefable, es
posible relacionarse con el mundo

y con nosotros mismos desde
una perspectiva fresca y renovada,

más allá de las ilusiones.

En el vacío donde la realidad se
revela como un campo de interconexión infinita.

En el lugar donde el
lenguaje se quiebra

 y las imágenes se desvanecen, 

perresiste una resonancia.

Lo que nunca podrá
ser plenamente articulado.

Este vacío, concebido como lo real 
en la teoría Lacaniana 

o como la
vacuidad en las enseñanzas budistas,

no es un abismo destructor,

es una apertura que permite una nueva realización,

es un territorio donde las certezas se

desvanecen y las
estructuras que parecían inmutables

se revelan como
procesos en constante transformación.

Un paralelo útil
para comprender esto

es el horizonte, 

un destino inalcanzable 
que delimita nuestra visión

y sugiere lo inexplorado.

Así puede
entenderse el vacío como un límite

que no encierra sino
que señala la posibilidad

de superar categorías pré-establecidas,

replanteando nuestra
relación con la existencia.

Este vacío, lejos de
generar angustia o desesperanza,

nos recuerda que la realidad es un

constructo en constante
evolución, siempre en proceso,

siempre inacabado.

El budismo mahayana sostiene que los
fenómenos carecen de esencia fija, concreta,

surgiendo de un
entramado de interrelaciones.

Esto contrasta con la tendencia
humana a aferrarse a lo que considera permanente.

origen del sufrimiento.

Paralelamente, Lacan analiza 
el deseo humano

estructurado alrededor
de una carencia insaciable.

Aunque esta carencia pueda parecer

frustrante, es también
la base de nuestra subjetividad

y nuestra posibilidad de cambio.

Al aceptar el límite
como parte fundamental de

nuestra experiencia,
abandonamos la frustrante

persecución de lo inalcanzable.

Reconocer que nunca alcanzaremos
plenamente lo que deseamos no significa rendirse.

Nos abre a vivir con
una disposición renovada.

Habitar el vacío no es sucumbir ante la carencia, 

es descubrir en
ella una fuerza transformadora.

En ese vacío, logramos una conexión más

auténtica con todo y todos,

incluso con nosotros mismos.

Así, el vacío se revela como
el inicio de un movimiento perpetuo.

Nos invita a soltar
las pretensiones de certeza 

y aceptar la fluidez como
parte esencial de la existencia.

En ese espacio, entre
lo conocido y lo inalcanzable,

aguarda nuestro potencial.

En este terreno, lo que
falta no representa una pérdida,

sino la fuerza que nos empuja.

Hacia lo que aún puede llegar a ser.