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El sufismo: el camino hacia la unidad divina

Prabhuji Season 3 Episode 11

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"Hoy exploraremos un tema enriquecedor el sufismo.

Este enfoque místico del Islam busca una relación directa e íntima con Al-Lah."

Hoy exploraremos 

un tema enriquecedor 

el sufismo.

Este enfoque 

místico del Islam 

busca 

busca una relación directa 

e íntima con Al-Lah.

No como una 

no como una entidad 

o una personalidad distante, sino 

como la esencia,

la esencia misma de toda existencia.

En lugar de limitarse a 

rituales 

externos 

explora una 

una nueva devoción 

llevando a experiencias 

transformadoras 

en una conexión
religiosa, profunda, íntima.

Para los sufíes 

este sendero 

exige 

una renuncia 

a la búsqueda de placeres 

y bienes terrenales.

Y digo la búsqueda porque 

disfrutar una experiencia 

es distinto, es diferente 

a desear repetirla.

No implica 

negar el placer 

sino dejar de 

perseguirlo.

¿Me entiendes?

Hay una gran diferencia entre 

disfrutar de un amanecer 

de un jugo 

o de cualquier cosa 

y perseguir la repetición 

de dicha experiencia
almacenada en mi memoria.

Pero eso es 

como se dice «Harina de otro costal».

Es para otra 

otra charla.

Aunque el mundo material 

no es malo, no es negativo 

es necesario
comprender que sus distracciones 

pueden alejarnos 

distanciarnos 

de la percepción de lo eterno.

Entregarse a lo trascendente 

requiere orientar cada aspecto 

de la vida 

hacia el amor 

y la unión con lo divino.

Comprender el sufismo plenamente 

requiere explorar 

las influencias 

que lo moldearon a lo largo del tiempo.

Con su legado cultural y religioso 

Persia 

dejó una huella imborrable en el sufismo.

La religión zoroástrica florecida 

antes, mucho antes del Islam 

desarrolló una filosofía basada 

en el dualismo entre luz y oscuridad.

Este contraste 

simbolizaba el bien y el mal.

Además de dar un marco ético 

donde el progreso personal 

exigía purificación y renuncia 

a las tentaciones
materiales o terrenales.

Aunque el sufismo
no adoptó literalmente 

estas ideas dualistas 

compartió el ideal 

de una vida disciplinada 

dedicada al desapego 

y al encuentro con la verdad.

El simbolismo de la luz 

fundamental en el zoroastrismo 

también ocupa un lugar central 

en el sufismo.

En el Corán, capítulo 24, verso 35 leemos:

“Allaahu noorus samaawaati wal aurd”

«Dios es la luz de los cielos 

y la tierra».

Los sufíes interpretaron esta metáfora 

como mucho más 

que un recurso poético.

Para ellos, la luz simboliza 

el nur, la sabiduría divina 

que ilumina la verdad 

de la existencia.

La consciencia.

En contraste, la oscuridad 

representa las ilusiones del ego 

y el apego al mundo material 

que oscurecen 

nuestra percepción 

de lo trascendente.

Superar esta oscuridad 

es un desafío profundo 

un desafío importante.

Los sufíes se refieren al «Nafs»

traducido como 

el ego o el fenómeno egoico.

Es parte de nosotros 

que se aferra a
los placeres terrenales 

se apega 

a las posesiones y al reconocimiento.

Para el sufí 

combatir el ego es una lucha constante.

Una purificación 

que abre el corazón 

a lo divino.

Este esfuerzo 

no busca negar nuestra esencia 

sino transformarla 

guiándonos 

hacia una 

consciencia pura,
una consciencia iluminada.

El neoplatonismo 

también influyó 

profundamente en el sufismo.

Plotino 

el filósofo de la antigüedad tardía 

propuso que 

toda existencia emana

de un principio absoluto 

llamado lo uno.

«Lo uno».

Según su visión 

todo en el universo busca 

regresar 

retornar a su origen.

Algo así tenemos en la «teshuvá» 

hebrea, no?

El retorno.

Este concepto tiene 

una gran resonancia 

con la idea islámica 

de «Tawhid»

la unicidad de Dios.

Los sufies adoptaron esta perspectiva 

para describir el viaje del alma 

como un retorno 

a la unidad divina 

en un proceso retroprogresivo.

El concepto de «fana» es 

central en el sufismo.

Esta palabra árabe 

significa aniquilación 

pero no en un sentido 

realmente destructivo.

En el sufismo, «fana»

se refiere a la disolución 

del yo individual 

en la realidad absoluta 

de lo divino.

Ibn Arabi 

describió este estado como 

el reconocimiento
de que toda existencia 

refleja en esencia a Dios.

Su visión encuentra respaldo 

en el Corán, capítulo 112, verso 1:

«qul huwa ’llāhu aḥadun»

«di El Es Dios 

di El Es Dios el uno».

Este estado de fana 

no elimina nuestra humanidad.

La transforma haciéndonos 

conscientes 

de nuestra conexión con lo divino.

Pero el sufismo 

no sólo incorporó ideas filosóficas,

sino que también entabló un diálogo

con las tradiciones gnósticas

que destacaban

el autoconocimiento
como vía hacia lo trascendente.

Un dicho atribuido al
profeta Muhammad refleja esta idea:

«quien se conoce a
sí mismo conoce a su Señor».

Para los sufíes
este conocimiento interior

no es una simple introspección.

Es un proceso de purificación,

un camino donde el ego se disuelve

y lo divino se revela
en el núcleo de nuestro ser,

una revelación en el centro mismo

del ser de nuestro ser,

en nosotros,

en lo más íntimo,

en las profundidades del ser.

El «dhikr» o recuerdo constante de Dios

es una herramienta
fundamental en este proceso.

Repetir los nombres y atributos divinos

permite a los sufíes centrar su atención

en lo eterno

y alejar la mente

de las distracciones mundanas

o llamémosle terrenales, no?

Este método trasciende el ritual.

Es un esfuerzo
consciente por mantener viva

la conexión con lo trascendente

en cada instante de la vida.

Con el tiempo el sufismo dejó de ser

un movimiento espontáneo

y se organizó en las hermandades místicas

llamadas «tariqas».

«Tariqas»

Estas comunidades que surgieron

entre los siglos 9 y 10

ofrecían métodos y enseñanzas

ajustadas a las necesidades

de los buscadores.

La relación entre el maestro o

«sheikh» y el discípulo fue esencial.

El maestro no sólo transmite sabiduría

sino que también actúa como
modelo de vida y guía espiritual.

Lo que tiene ese
aspecto que en el Vedanta

denominamos en sanscrito «acharya»,

aquel que enseña a
través de su ejemplo personal.

Ayudando al discípulo

a superar los obstáculos del ego.

Durante la era medieval

el sufismo alcanzó su apogeo

y se extendió por todo el mundo islámico.

Ordenes como los «naqshbandiyya»,

la «qadiriyya»

y la «mevleví»

difundieron enseñanzas sufíes adaptadas

a las realidades
culturales y sociales de cada región.

La orden «mevleví»
conocida por su danza giratoria

utilizó el arte como
medio para alcanzar un estado

de comunión con lo divino.

En contraste, «naqshbandiyya»

promovió un enfoque
introspectivo, meditativo,

centrado en el
recuerdo silencioso de Dios.

Estas órdenes

transformaron no sólo a los individuos,

también
enriquecieron la vida cultural y social

de las comunidades donde se asentaron.

Con su enfoque inclusivo y ético

el sufismo se
convirtió en una fuerza unificadora

que trascendió
fronteras culturales y religiosas.

El sufismo enseña
que la búsqueda de lo divino

no es un camino externo,

sino un viaje interior.

Invita a mirar más
allá de las apariencias,

superar las ilusiones del ego
y encontrar en cada acto cotidiano

una oportunidad
para conectar con lo eterno.

En esa luz, quizá
descubramos no sólo a Dios,

sino también
nuestra esencia más profunda.

Al concluir esta breve charla,

podemos detenernos
un momento para reflexionar

sobre la profundidad del
mensaje que el sufismo nos ofrece.

En su esencia más
pura el sufismo nos recuerda

que la búsqueda de lo divino
es un regreso a lo que siempre estuvo.

Nos enseña que Dios
no es externo ni distante,

sino que una realidad
presente en cada latido del corazón,

en cada susurro del viento y
en cada sombra que revela la luz.

El camino sufí no es un
sendero reservado para unos pocos,

sino que es una invitación a
mirar más allá de las apariencias,

despojarse del velo
del ego o el velo egoico

y sumergirse en la
profundidad de lo eterno.

Esta enseñanza nos
exhorta a amar sin condiciones,

a dar sin esperar y a vivir cada instante

con plena consciencia de que lo
divino impregna todo lo que existe.

Así como el sol nace e
ilumina a todos sin pedir nada a cambio,

el amor que nos conecta con lo sagrado

debe fluir libremente,
sin divisiones ni barreras.

Al reconocer esa unidad,
aceptamos que todo lo que somos y lo que existe

pertenece a una misma realidad.

En esa aceptación encontramos
la paz que trasciende las palabras.

Descobrimos la verdad
que no necesita explicaciones

y el amor que no tiene fin.

Que este momento de
reflexión sea una chispa

que despierte la pregunta esencial,

no para encontrar respuestas definitivas,

sino para seguir
explorando y cuestionando y amando.

Como las gotas que regresan al océano,

nuestras almas anhelan la
unidad que las devuelve al origen.

Al final, todo lo que vemos y vivimos

refleja un amor infinito que no se busca,

solo se descubre.