Prabhuji en Español

Seminario Filosofía y Religión - Primera charla

May 29, 2022 Prabhuji Season 1 Episode 4
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Seminario Filosofía y Religión - Primera charla
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La palabra religión proviene del latín religio, religiōnis, y se forma a partir de tres elementos: el prefijo re, que expresa repetición, el verbo ligare que se refiere a ‘estrechar un vínculo’ y el sufijo latín on o onis para otorgar acción y efecto. Por lo tanto, desde una perspectiva etimológica, la palabra religión comunica la conexión, unión o vínculo entre el alma y Dios. El término fue acuñado por escritores cristianos en los primeros siglos de la era actual. Cicerón, entre otros, sostuvo que la palabra religión proviene del latín relegere o ‘volver a unir’.  

El término filosofía se compone del griego philo, la capacidad de amar, y sophia, conocimiento. Por lo tanto, filosofía sería ‘amor por el conocimiento o la sabiduría’. Sofia es una diosa, homóloga de Sarasvatī dentro del panteón hindú. Se trata de un término básico en la filosofía y la religión helenística, el platonismo, el gnosticismo, así como en el cristianismo ortodoxo, esotérico y místico.  

Por su parte, la sofiología es un término filosófico relacionado con la filosofía y un concepto teológico que se refiere a la sabiduría de Dios. En la Septuaginta, el término original hebreo jojmot (חכמות) se traduce como sophia ‘conocimiento o sabiduría’.  

 El término asombra consiste en un neologismo compuesto por el prefijo a, del latín ad, que señala ‘aproximación’ y por sombra que significa ‘ausencia de luz u oscuridad’. Etimológicamente, asombro significa ‘salir de la oscuridad con el descubrimiento de algo previamente desconocido’. El asombro es una reacción ante un estímulo inusual o insólito. La capacidad de asombro es una de las cualidades más importantes del discipulado en el proceso retroprogresivo. Todo buscador en el sendero involutivo necesita poder maravillarse ante un hallazgo inesperado, porque ayuda tanto a reconocer nuestra ignorancia como a descubrir el origen de la sabiduría. Quien cree que sabe deja de maravillarse.  

Los primeros filósofos que trataron de definir la filosofía y explicar sus orígenes se ocuparon del tema del asombro. Tanto para Platón como para Aristóteles, la filosofía nace desde un pathos o una disposición del alma, el asombro, el cual puede conducir a quien lo experimenta a la búsqueda del saber. En Teeteto, Sócrates dice:  

 «Querido amigo, parece que Teodoro no se ha equivocado al juzgar tu condición natural, pues experimentar eso que llamamos la admiración es muy característico del filósofo. Este y no otro, efectivamente, es el origen de la filosofía».  

Para Platón, el asombro es el origen (árkhō o ἀρχή) de todo el saber y conduce a investigar los principios fundamentales. Ocurre al experimentar sorpresa ante lo inesperado, imprevisto o novedoso. Consiste en la reacción o respuesta desencadenada al percibir algo incomprensible y mayor que el «yo» separado. Surge al contemplar con plenitud el develamiento de la vida.  

Estando distraídos e inatentos, vivimos en la impasibilidad e indiferencia. Quien conozca la historia de la filosofía sabrá que el concepto del asombro ha sufrido modificaciones según el marco de diferentes constelaciones conceptuales. Por ejemplo, en el paradigma de la subjetividad inaugurado por René Descartes, el asombro se relaciona con el descubrimiento de cogito, o ‘pensamiento’, como consecuencia de la duda metódica. El asombro al descubrir la actividad consciente del espíritu reflejada en sí misma no constituye solo una respuesta a la contemplación, sino a la reflexión. Es el asombro ante el mundo mental o el universo del pensamiento.  

 Descartes, en su célebre libro Las pasiones del alma, explica que el asombro es una pasión que nos aporta un conocimiento incompleto del objeto que intentamos conocer. Nos conduce a concentrarnos en él o a prestarle atención, ya sea porque es nuevo para nosotros o porque satisface nuestras expectativas. Sin embargo, el asombro solo nos permite reconocer los aspectos básicos del objeto. Debe ser trascendido mediante la duda para alcanzar un conocimiento completo. Por lo tanto, el asombro solo supone un comienzo, pero no debemos estancarnos en este. Es solo un punto de partida y una invitación a la indagación.  

Immanuel Kant lleva el concepto al extremo. Conservando la posibilidad del asombro reflexivo, se adhiere a una concepción contemplativa del asombro de la «cosa-en-sí» que declara como lo incognoscible, o noúmeno. Durante la primera mitad del siglo XX, dos tendencias nacieron a partir de la crítica kantiana. Por un lado, la filosofía analítica optó por guardar silencio sobre el tema, en la línea del ‘primer’ Wittgenstein. Incluye el asombro entre las experiencias imposibles de verbalizar, por lo que es mejor no hablar de ellas. Por otro lado, en la fenomenología, y especialmente Heidegger, se reconecta con las ideas griegas y describe el asombro como una experiencia que, a pesar de ser subjetiva, puede permitirnos acceder a las «cosas mismas», es decir, a la realidad plena. Arthur Schopenhauer declara en su obra El mundo como voluntad y representación: «A excepción del ser humano, ningún ser se maravilla de su propia existencia». 

Klaus Held considera que, aunque Platón mantiene una cercanía al asombro filosófico, este se transforma en un estado pasajero del cual se aleja, entregándose a la búsqueda del conocimiento:   

(Asombro, tiempo, idealización. Sobre el comienzo griego de la filosofía por Klaus Held, 25 (2002), p70). 

«De una parte, Platón permanece aún muy próximo al comienzo de la filosofía en el thaumazein [asombro]. Pero, de otra parte, se entrega al movimiento de la búsqueda curiosa del saber, mencionado al inicio de estas reflexiones, por el cual el pensamiento filosófico se aleja del estado de ánimo del asombro».  

El asombro no es solo la fuente de la filosofía, sino un permanente y constante origen del filosofar. De hecho, filosofamos asombrados. Martin Heidegger lo señala en su famosísima conferencia de 1955: «¿Qué es eso de filosofía?» (Was ist das -die Philosophie?). Heidegger advierte del peligro de relacionarse con el asombro como estímulo, ya que tras empezar a filosofar, el asombro puede tornarse superfluo y luego desaparecer. El asombro sostiene y domina la filosofía, ya que se convierte en un constante preguntar, explorar, cuestionar y especular.  

Los filósofos, los devotos religiosos y los artistas comparten un origen común. Todos parten del asombro. El asombro es una sensación capaz de adoptar diferentes matices y adoptar una diversidad de direcciones. El asombro filosófico es tan diferente del artístico como el científico del religioso. 

El asombro conlleva la fascinación. Reivindica la curiosidad como experiencia humana y funde lo conocido. Al desmoronarse lo habitual, nos reconectamos a la originalidad. Gracias al asombro, podemos expandir nuestra conciencia y observar la realidad desde nuevos ángulos. Dicha consciencia es esencial para nutrir la expresión creativa. Miramos el mundo con ojos frescos, oímos con nuevos oídos y percibimos la misma realidad de forma diferente.  

Solo desde el asombro es posible ser poseído por la belleza de la existencia. Sin palabras y abrumado por esta sensación, uno experimenta el impulso de celebrar la maravilla de vivir y así nace el arte. Desde el asombro, nos liberamos de los viejos patrones establecidos de percibir el mundo y conectamos con otra dimensión de la realidad. Nos permite irrumpir desde lo habitual y ordinario, en lo majestuoso y sublime. Platón y Aristóteles sostienen que el asombro ante el mundo es el origen de la filosofía; este mismo asombro dirigido hacia la estética da origen a la inspiración artística. Será Igor Stravinski quien dijera:        

(1970. Poética de la música en forma de seis lecciones, p. 54). 

«La facultad de crear nunca se nos da por sí sola. Siempre va acompañada del don de la observación. Y el verdadero creador puede ser reconocido por su capacidad de encontrar siempre a su alrededor, en las cosas más comunes y humildes, elementos dignos de ser notados».  

La creatividad artística consiste en una respuesta estética al asombro ante lo observado.